Suena la alarma, lo primero que viene a mi mente es esa imagen que ha estado ahí por muchos meses. Son las 5:30am, 8 de abril de 2018 y este es nuestro gran día. 20 semanas han pasado y desde entonces este histórico lugar ha estado ahí presente. Han sido semanas de duro entrenamiento bajo el intenso invierno del Reino Unido. Momentos difíciles hemos tenido, especialmente para mi esposa que tuvo que lidiar con lesiones durante las últimas semanas de entrenamiento. Estar acá tan solo a unas pocas horas y unos pocos kilómetros de la línea de partida genera esa inolvidable y extraña sensación de nerviosismo, alegría, celebración y fiesta que llevaremos para siempre en nuestra memoria.
Comenzamos nuestro día con un agradecimiento a Dios. Después de un desayuno rico en carbohidratos y de dar la bendición a nuestros hijos, caminamos hacia la estación del tren. Progresivamente nos vemos cada vez más rodeados de atletas. En sus rostros se refleja esa extraña combinación de alegría y ansiedad. Todos sabemos que lo difícil ya pasó, que nos hemos preparado para este día, pero también sabemos que el gran día, puede traer sorpresas.
Llegamos a la última estación, no necesitamos de GPS, solo basta con seguir la multitud de atletas. Tras una seguidilla de escaleras, ahí esta, imponente y esplendido. Ante nuestros ojos tenemos aquella imagen a cuyo encuentro no podíamos fallar, el histórico y legendario “Arco del triunfo”. La multitud crece, el color verde se hace dominante en todas partes, voluntarios orientan nuestros pasos y de repente nos vemos encallados en la grilla de partida. Mientras caminamos a lo largo de la histórica calle de los Campos Elíseos de repente alguien me abraza, es mi amigo y compañero Marlon Medreiros. Lo conocí en el trabajo. Sé de su riguroso, intenso y organizado entrenamiento, esta es su primera maratón y estoy seguro de que será uno de los mejores e inolvidables días de su vida. Después de una corta sesión de fotos organizada por mi esposa, caminamos a nuestras respectivas ubicaciones. Entre sentidos abrazos y buenos deseos nos despedimos.
Ya en la grilla de partida, el ambiente es de fiesta, la poderosa acumulación de energía en las piernas de la multitud de atletas parece no dar espera, todos queremos salir, queremos devorar kilómetros, nuestra mente solo visiona los 42 kilómetros de recorrido que nos llevaran por los más bellos y emblemáticos íconos históricos de la majestuosa ciudad de Paris.
Al fondo se escuchan los animadores dando instrucciones para la salida de 55000 atletas que puntualmente han llegado a esta inevitable cita. Sin más preámbulos el disparo de partida se escucha pero aun debemos esperar, estamos ubicados en el tercer corral y nos tomará alrededor de 12 minutos llegar hasta línea de partida. En tanto nos acercamos a la línea, la ansiedad crece, las pulsaciones incrementan y mi mente visiona la línea de llegada. Me veo recorriendo kilómetro tras kilómetro, devorando paso a paso las históricas y emblemáticas calles de Paris.
Pasados tres kilómetros el sol hace su magistral aparición y la temperatura esta rondando los 20 grados centígrados, mi sensación corporal no es la mejor, me siento pesado, sin embargo, al revisar el GPS, las condiciones cardiacas y demás indicadores, todo está dentro de los límites normales. Continúo intentando encontrar mejor ritmo de carrera. Pasan los minutos, todo sigue igual. El en kilometro siete me tomo la primera bebida isotónica. El tiempo pasa y pasa y mis sensaciones de carrera no cambian, empiezo a presentir kilómetros difíciles para el final de la carrera. Kilometro 10 consumo mi primer alimento concentrado en calorías (Bocadillo Veleño, de esos que solo se producen en mi bella tierra). Lenta pero progresivamente empiezo a sentirme mejor. Kilometro 12 todo cambia, mis condiciones físicas son óptimas, en el entretanto el sol incrementa su furor, aparecen los maravillosos aspersores de agua, se hace fila de atletas para recibir lo que yo llamo el duchazo de la bendición. Pienso en mi esposa que para este momento aun no ha empezado a correr porque su salida era una hora mas tarde. La conozco muy bien y se que el sol es uno de sus grandes adversarios, pero sé que su fuerza interior es mas grande que cualquier adversidad que se pueda presentar durante la carrera. Del Kilometro trece al treinta mis fuerzas se mantienen vigorosas e intactas. De repente ante la mirada atónita de la multitud de atletas se impone una de las maravillas del mundo y quizá el mayor orgullo del pueblo francés (la torre Eiffel). Desde que me inscribe a esta carrera había prometido que pararía para tomar la respectiva fotografía, no todos los días se corre una maratón al frente de esta imponente e histórica obra arquitectónica. Saque mi teléfono tomé una selfi, baje el paso e hice un corto video que de inmediato compartí con quienes se convierten en los compañeros permanentes a lo largo de los kilómetros, mi familia, mis amigos y compañeros de pista.

Mi propósito público, es decir lo que le dije a mis amigos y familia era que quería pasar la línea en menos de 3 horas 30 minutos, pero en realidad yo quería romper mi récord personal de 3 horas 25 minutos. Las cosas no siempre se dan y aunque estuve cerca, no lo pude lograr, para mis amigos y familia la meta se cumplió, pero para mis adentros me falto un gramo para la libra.
Después de llegar, recibir la medalla, comer frutas y descansar por algunos minutos, salí en búsqueda de mis hijos que se habían quedado en el hotel. Era nuestro anhelo ir a encontrar a mi esposa y acompañarla por algún corto tramo en sus últimos kilómetros. De antemano sabia que la carrera para ella tenia un sabor especial, el sol estaba colocando su inolvidable impronta en la carrera de mi adorada esposa.

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